viernes, octubre 19, 2007

solo

Solo, en el anden de una estación abarrotada pero solo. Las imágenes de cientos de personas pasan a tu lado, gente que va y que viene, que se despiden de sus novias, que se abrazan después de mucho tiempo, que esperan con ansiedad la llegada de un ser querido o que se fuman un cigarro mientras miran a la vía cada 3 segundos exasperados por el retraso del tren. Turistas que llegan y se van, niñas escandalosas emocionadas con su viaje a la gran ciudad, algún niño perdido y varias madres desesperadas, caras sonrientes, lágrimas, abrazos, empujones, silencios incómodos y palabras innecesarias, risas contagiosas, miradas de desprecio, de curiosidad, de asombro, madres emocionadas, hijos agradecidos, padres serios pero presentes, amor, odio. Pequeñas imágenes de las vidas de otras personas de las que te sientes espectador privilegiado e intruso, trozos del mundo en el que te limitas a estar, del que hace tiempo que no participas, de un mundo ajeno a ti, a tu vida, al mundo que guardas tras tu propia banda sonora que en ese momento suena en tus oídos y te impide escuchar su verdadero sonido, ese que se te antoja lejano, desconocido e impersonal.
El tiempo no existe, no sabes si han pasado unos minutos o dos horas, solo eres consciente del mundo en los pequeños silencios que existen entre cada canción volviendo a la comodidad de tu mp3 para evadirte de nuevo.
Un destino predeterminado te espera, no hay lugar para la improvisación, cinco horas sentado en un incomodo sillón, con una señora que se duerme en tu hombro y un niño que no para de dar patadas a tu respaldo. Paisajes campestres que no llaman tu atención, árboles, animales, coches, nubes y un cielo azul al que miras sin mirar, sin pensar, con la mente completamente en blanco. En ese instante el tiempo parece un círculo vicioso que siempre llega al mismo sitio, repitiéndose una y otra vez, sin principio ni final, cada año igual al anterior, cada día igual al siguiente, cada minuto idéntico al precedente. El tiempo se para, el destino es el presente, viajar en un tren abarrotado, ruidoso e incómodo hasta que un milagro haga despertar al reloj.