martes, abril 29, 2008




Porque nunca más habría esperanza para ella, porque los cuentos de hadas se tornaron pesadillas y el mundo se quedó oscuro, tan oscuro que ya no merecía la pena abrir los ojos, pues por muchos golpes que recibiera sus sueños eran más seguros que la vida real. Sentada en un rincón aspirando aromas olvidados de personas muertas siglos atrás. Sola, entre las ruinas de una ciudad devastada, entre cuatro paredes que ya no la protegían, a la intemperie, débil y asustada, pero sin lágrimas en los ojos, ya no le quedaban. Una máscara a su lado sonreía, fría y sonrosada contrastaba con el pálido suelo, la miraba con sus ojos vacíos, esos ojos que veía en todas partes. Era el pasaporte hacia una vida llena de hipocresía pero sin soledad, una vida de ficción que le aseguraba el calor de un abrazo, aunque nunca supiera realmente de quién eran aquellos brazos ni quién se escondía tras aquellos suaves labios que utilizaba cada noche para pasar el invierno permanente en sus huesos. Casi sin fuerzas la cogió, noto como temblaba en sus delgadas y deterioradas manos, su fondo era tan conocido que era como una segunda piel, era cómoda y bonita. Con su último aliento la tiro contra lo único que tenía enfrente, el muro que le tapaba la vista. Cayó al mismo tiempo que los pedazos de la máscara que nunca la volvería a ocultar. Inmóvil pero sonriente.

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